ATEÍSMO - 2 enfoques

Hola estimadas/os.
Sobre este tema, dejaré por aquí DOS visiones sobre el Ateísmo, primero el ateísmo visto por sí mismo, y luego el Ateísmo visto desde una página de cristianos.
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1º  ATEISMO: 



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El ateo piensa que el hombre creó a Dios en lugar de que Dios haya creado al hombre, decir eso significa que la gran mayoría de los hombres están equivocados o que viven bajo una ilusión. ¿Cómo explican los ateos el origen de tal ilusión y su persistencia?
Algunos filósofos como Thomas Hobbes y Baruch de Spinoza han argumentado que el creer en Dios se origina del temor y la superstición. Y los simpatizantes de Sigmund Freud y Karl Marx han argüido que la ilusión persiste porque creer en Dios satisface el deseo de tener un padre protector e inmortalidad, o actua como analgésico contra la miseria y sufrimiento de la existencia humana.
Los creyentes piensan que hay evidencia para soportar su creencia o que no hay razón para no creer. Las personas de mente conservadora ven la argumentación de los ateos como inepta, fraudulenta, engañosa, floja, insustancial o ridícula. Los de mentatalidad más relajada ven a los ateos como necios y reacios a arriesgarse por una posible y sublime verdad. Pero ninguno de ellos aplica el mismo escrutinio a sus propios argumentos y creencias.
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Ambos tipos de creyentes tienen algo en común: quieren creer en su ilusión, con tantas ganas que se engañan a ellos mismos al creer que están siendo perfectamente racionales al defenderla o al creer que los ateos son ilógicos e irracionales al rechazarla. 

Además, varios comparten un motivo en común: su fe les da un sentimiento de poder y superioridad, frecuentemente llevándolos a destruir cualquier cosa que se les oponga y a arrojar bendiciones sobre las miserias del mundo, incluyendo las que ellos mismos han causado. Estos creyentes sienten que tienen el poder del conocimiento esotérico, lo cual al ateo le parece lo más lejos a lo que puede llegar el ego. Ser tan especial no sólo le da sabor a la vida, le da un sentido y un significado que de otra manera no tendría.

Muchos creyentes simplemente dan por supuesta la existencia de Dios. Creer en él les da orden y significado a sus vidas; los liga a una comunidad de creyentes dándoles seguridad a ellos y a sus creencias. La fe del creyente es confirmada por toda la gente importante en su vida. Si creces escuchando de hadas serás un candidato para creer en ellas. Si creces escuchando de Dios, si todos tus seres queridos refuerzan tu fe en él, verás pruebas en todas partes de que lo que sabes en tu corazón es cierto. El reforzamiento comunal puede ser la principal causa de que a los creyentes les parezca tan razonable creer en Dios. No sólo es reforzada la propia fe, sino también los argumentos que uno se hace para apoyarla.
El reforzamiento de una creencia es culminado por la autoridad de unas pocas personas respetables, inteligentes y afines. La gente no va a creer en Dios sólo porque algún santo, científico o ganador del Premio Nobel de literatura de su sello de aprobación, no, las personas se sienten más a gusto creyendo si sienten que están en buena compañía.

Millones de niños crecen en un mundo de ángeles, sagrada comunión, Dios el Padre-el Hijo-El Espíritu Santo, y Jesús el Salvador; y la carencia de lógica o racionalidad en todo esto nunca es notada. Para esos niños es tan natural creer en la transubstanciación como en la electricidad. Se les enseña matemáticas a la par con el catecismo y lo absurdo de tal yuxtaposición nunca es notado. Para mucha gente es tan natural creer en hadas, brujas, mal de ojo, etc. como creer que el fuego es cálido. Pero todo esto es irrelevante acerca de si hay o no hadas, brujas, dioses, etc.
El creyente siente que la vida tiene más sentido si Dios existe. Entonces ¿por qué para el ateo es tan obvio que todo tiene más sentido si no hay Dios? ¿Por qué para el ateo el universo es más inteligible como un mecanismo no diseñado gobernando solamente por fuerzas naturales e impersonales?

El ateo mira al universo y a lo que se sabe de él y ve que su alegado orden perfecto es bastante imperfecto. Observa detalles individuales que son maravillosos en funcionamiento pero ridículos en diseño lo cual lo lleva a pensar que ningún ser omnisciente los habría diseñado así. Por ejemplo, el ojo humano, el cerebro y la red de nervios, neuronas, tejidos, etc., todo ese conjunto que produce la visión es una maravilla, pero cualquier humano que quisiera diseñar, digamos, un "ojo" electrónico para un robot imitando el diseño del ojo humano estaría tomando el camino largo. Nadie querría un ojo robótico que pudiera quedar miope, ciego, etc., y necesitara lentes, operaciones, etc. Un ser omnisciente y omnipotente habría anticipado tales problemas y hubiera usado un diseño mucho más simple y efectivo tanto para el ojo como para el universo. La mera complejidad y defectos inherentes de las estructuras indican, como lo hace notar Clarence Darrow, la falta de planeamiento (diseño) y el resultado de las fuerzas naturales trabajando sin ningún propósito en particular. Puedes usar un complicado sujetador para sujetar unas cuantas hojas de papel, pero un clip es un dispositivo mucho más elegante para tal propósito. La órbita de los planetas alrededor del Sol es una maravilla para observar, pero el cinturón de asteroides es una extraña huella para un Creador omnipotente y toda bondad.

La respuesta típica al anterior razonamiento es considerarlo impertinente: Dios no está sujeto a las concepciones humanas de perfección en el diseño, lo que podría parecernos poco elegante a nosotros puede ser elegante para Dios, y así por el estilo. Pero si uno lleva esta línea de razonamiento hasta su conclusión lógica, entonces no se podría decir nada seguro acerca de Dios. Sostengo que un Dios mínimamente estándar debe de ser aquél que pueda imaginar un grupo razonablemente competente de humanos inteligentes; si Dios no puede hacerlo mejor que eso, entonces la palabra perfección no tiene ningún sentido cuando se aplica a este ser.

Por supuesto, algunas cosas son complejas por su propia naturaleza o son necesariamente complejas dadas las funciones que tienen que desarrollar. Y algunos buenos ejemplos se originan de colisiones violentas y erupciones, y de enfrentar retos creados por defectos naturales como la ceguera y la parálisis cerebral. El ateo no sostiene que sólo un universo comprensible y placentero para un niño de seis años sería digno de un Creador Todopoderoso. El bombardero "stealth", por ejemplo, es muy complejo pero así tiene que ser necesariamente. Pero complicar el diseño más allá de lo necesario es buscar problemas. Quien haya escrito el código para crear el navegador que estás usando ahora para leer esto debe haber escrito el código más simple posible que le permita al navegador alcanzar los propósitos para los que fue creado; otro navegador podría cumplir las mismas funciones pero estar lleno de complejidad innecesaria. Un programador imparcial podría leer ambos códigos y decirte quién fue el programador más competente. El resto de nosotros utilizamos los programas y tal vez no podamos distinguir las diferencias, pero, no obstante, el programa más simple será juzgado como el mejor diseñado por aquellos que crean programas para computadora.

El concepto de un ser magnificente que es responsable de todo y que toma parte de un juego cósmico de escondidas lleva al ateo a preguntar: ¿Por qué un ser como Dios es tan frívolo? No esclarece nada toda la idea de creación, mandamientos, adoración forzosa, recompensas y castigos, etc. A muchos niños de les enseña a memorizar la respuesta a la pregunta "¿por qué me creó Dios?", siendo la respuesta "para conocerlo, amarlo, adorarlo, servirlo y obedecerlo". Esto tal vez le suene bien a un niño: tiene una solemne y misteriosa obligación hacia un ser que sólo revela sus deseos o a Él mismo en ocasiones especiales y solamente a personas especialmente seleccionadas. ¿Cuántos niños al memorizar su catecismo están deseando que Dios los elija para una revelación especial?

Cuando un ateo escucha de gente que tiene visiones o que escucha voces que piensan que son divinas, o de gente realizando mágicas o milagrosas proezas, se pregunta, siguiendo a David Hume, ¿qué es más probable, que Dios le habló a esta persona o que está alucinando o perpetrando un fraude? ¿Qué es más probable, que las leyes de la Naturaleza hayan sido violadas por poderes especiales o que ha habido alucinación, fraude, y/o error? Hume sostuvo que cualquier persona sensata, con los principios más básicos de racionalidad, no podía creer en visiones y voces divinas o milagros en base a un testimonio, aún y se tratara de un testimonio de primera mano, sin abandonar tales principios. Este razonamiento de Hume es visto como elegante y correcto por los ateos.

De acuerdo a los ateos, Dios no fue inventado una vez, sino muchas en muchas culturas. Las similitudes en tal invención pueden ser debidas a las similitudes de la naturaleza y experiencia humanas: el nacimiento, el sexo, el sufrimiento y la muerte son universales. Las imágenes de Dios y las experiencias divinas así como la utilidad del invento, son reflejadas en tales experiencias compartidas como la necesidad de protección contra la Naturaleza y los propios enemigos, y el miedo a la muerte.

O puede que esas similitudes se deban a la semejanza de la neurofisiología en los humanos de diferentes culturas. Michael Persinger, por ejemplo, ha sido capaz de reproducir el sentimiento de presencia extraña, el de dejar el cuerpo, y otros sentimientos asociados con el misticismo estimulando eléctricamente el cerebro. Mucha gente ha reproducido experiencias religiosas usando drogas como el LSD o la mezcalina. Probablemente no sea sólo coincidencia que muchas religiones primitivas utilizaran drogas, danzas y cantos frenéticos, ayunos y otros medios neuroquímicos de alterar su conciencia para hacer contacto con el mundo de los espíritus. Las alucinaciones y los sueños frecuentemente ha sido vistos como conexiones a lo divino. Sin embargo, lo que liga a estas experiencias puede no ser un Dios objetivamente experimentado, sino un conjunto de percepciones subjetivas disparadas de la misma manera en las mismas áreas de sus cerebros causando así experiencias y sentimientos similares.   Fuentehttp://spanish.skepdic.com/ateismo.html 
2º Ateísmo   
(“a” privativo, y “theos”: Dios. O sea, “sin Dios”)El ateísmo es ese sistema de pensamiento que formalmente se opone al teísmo. Desde que apareció, el término ateísmo ha sido utilizado en forma muy vaga, generalmente como epíteto de acusación contra cualquier sistema que dudara de las deidades populares del momento. De ese modo, así como Sócrates fue acusado de ateísmo (Platón, Apología. 26, c.) y Diágoras fue llamado ateo por Cicerón (Nat. Deor. I, 23), Demócrito y Epicuro fueron llamados “impíos”, con el mismo sentido (irrespetuosos con los dioses) a causa de la tendencia de su nueva filosofía atomista. En ese sentido también los cristianos fueron tildados de ateos por los paganos porque rechazaban a los dioses paganos. Y de tiempo en tiempo algunos sistemas religiosos y filosóficos han sido considerados ateos por semejantes razones.
Si bien el ateísmo, visto en su aspecto histórico, no ha significado nada más en la antigua negación crítica o escéptica de la teología de quienes han usado el término como reproche, y consecuentemente no tiene ningún significado estrictamente filosófico; si bien, no tiene un lugar definido dentro de la exposición de algún sistema consistente, sin embargo, considerado en su significado más amplio, como simple término opuesto al teísmo, podremos enmarcar todas las clasificaciones de sistemas que sean necesarias dentro de ese concepto. Al hacerlo así estaremos adoptando simultáneamente tanto la perspectiva filosófica como la histórica. Esto, debido a que el común denominador de todos los sistemas teístas y que el punto central de toda religión popular hoy día es sin duda la creencia en la existencia de un dios personal. Negar este fundamento es suscitar el reproche popular del ateismo. El Sr. Gladstone se dio cuenta de tal definición cuando escribió (Contemporary review, Junio 1876):
“Por ateo yo entiendo a quien no solamente se mantiene sin afirmar, como el escéptico, sino a quien decide por sí mismo, o es llevado a decidir, a negar todo lo que no se ve, o la existencia de Dios”.
Más aún, la amplitud de todo lo que queda comprendido en ese uso del término admite divisiones y subdivisiones. Sin embargo, al mismo tiempo limita el número de sistemas de pensamiento a las que, con alguna propiedad, se les podría aplicar. Por otro lado, si el término de utiliza de esa manera, como la contradistinción estricta del teísmo, y se planean los distintos modos en que puede ser aceptado, estaos sistemas de pensamiento aparecerán naturalmente en una proporción y una relación más claras.
El ateísmo, entonces, definido como una doctrina, o teoría, o filosofía formalmente opuesta al teísmo, sólo puede referirse a la enseñanza de esas escuelas, cosmológicas o morales, que excluyen a Dios como principio o conclusión de su racionamiento.
La forma más radical que puede adoptar el ateísmo es la negación dogmática y positiva de la existencia de cualquier causa primera espiritual y extramundana. Esto se conoce como ateísmo dogmático, o teórico práctico, aunque es difícil pensar que tal sistema haya sido, o pueda ser, sostenido seriamente. Definitivamente Bacon y el Doctor Arnold hacen suya la voz de las personas pensantes cuando expresan dudas acerca de la existencia de ateos que pertenezcan a tal escuela. Empero, hay algunas fases avanzadas de filosofía materialista que, quizás, podrían ser incluidas en esa categoría. El materialismo, que afirma encontrar en la materia su propia causa y explicación, puede ir aún más allá y excluir positivamente la existencia de cualquier causa espiritual. Claro que no es necesario demostrar que una aseveración dogmática de ese tipo es irracional e ilógica, pues es algo que no se sigue de los hechos ni queda justificada por las leyes del pensamiento. Pero el hecho de que algunas personas hayan abandonado la esfera de la observación científica exacta en aras de la simple especulación, y recurrido a dogmatismos negativos, ciertamente invita a incluirlos en esa categoría específica. El materialismo es la única explicación dogmática del universo que podría de alguna manera justificar la posición atea. Pero aún el materialismo, como quiera que sus seguidores puedan dogmatizar, no puede hacer otra cosa que presentar una base teórica inadecuada en la que se sustentaría una forma negativa de ateísmo. El panteísmo, que no debe ser confundido con el materialismo, también puede ser colocado en esta división bajo alguna de sus expresiones, como cuando niega categóricamente la existencia de una causa primera externa y superior al mundo.
Hay una segunda forma por la que el ateísmo puede ser sustentado y enseñado, como de hecho ha sido, y que se fundamenta básicamente en la carencia de datos físicos acerca del teísmo, o en la limitada inteligencia humana. Esta segunda forma puede ser descrita como ateísmo negativo teórico, y puede ser visto como cosmológico o psicológico, según sea su motivación: por un lado, una reflexión sobre la pobreza de datos duros que sirvan de argumento para probar la existencia de un Dios súper sensible y espiritual, y por otra, algo que es prácticamente equivalente, la atribución de todo cambio y desarrollo cósmico a las potencialidades inherentes a la materia eterna. O también, una estimación empírica o teórica del poder de la razón trabajando sobre los datos ofrecidos por la percepción sensorial.
No importa la causa de la que proceda, esta forma negativa de ateísmo va a recaer ya en el agnosticismo, ya en el materialismo, aunque el agnóstico queda mejor definido dentro de esta categoría que el materialista. Aquél, alegando un estado de falta de conocimiento, pertenece más propiamente a una categoría a la que pertenecen aquellos que desdeñan, más que explicar, la naturaleza sin Dios. Es más, el agnóstico puede ser un teísta si admite la existencia de un ser que está más allá de la naturaleza, aunque afirme que tal ser es incapaz de ser demostrado y conocido. El materialista pertenece a esta clase mientras meramente desdeñe, y no excluya de su sistema, la existencia de Dios. Al igual que el positivista, que ve la especulación teológica y metafísica como simples etapas efímeras del pensamiento a través de las cuales ha ido pasando la mente humana en su camino hacia el conocimiento positivo o empírico relativo. Obviamente, cualquier sistema de pensamiento o escuela filosófica que simplemente omita la existencia de Dios de la totalidad del conocimiento natural, sea que la persona individual crea en Él o no, puede ser clasificada en este tipo de ateísmo, en el que, hablando con propiedad, no se hace ninguna afirmación positiva, ni tampoco una negación, referente al hecho de su ser.
Hay además dos sistemas de ateísmo práctico o moral que deben llamar nuestra atención. Ambos están basados en los sistemas teóricos que acabamos de explicar. Un sistema de ateísmo moral positivo, en el que las acciones humanas no serían ni buenas ni malas en referencia a Dios, sino que derivarían naturalmente de la profesión del ateísmo teórico positivo. Es interesante constatar que aquellos a quienes a veces se les atribuye tal tipo de ateísmo, para explicar las sanciones de las acciones morales se ven forzados a introducir tales conceptos abstractos como deber, instinto social y humanidad. No parece haber razón alguna para que deban recurrir a esos conceptos, porque la moralidad de las acciones no se puede deducir de su obligatoriedad, puesto que la obligación, a su vez, sólo se puede entender como tal a partir de lo que es moralmente bueno. Un examen de la idea de obligación nos lleva a refutar el principio que con ella se trata de fundamentar, y nos señala la necesidad de una interpretación teísta de la naturaleza para poder justificarla. El segundo sistema de ateísmo práctico o moral puede ser referido al segundo tipo de ateísmo teórico. Se parece al primero en que no relaciona las acciones humanas con un ser extramundano, espiritual y legislador personal. Pero no lo hace así porque tal legislador no exista, sino porque la inteligencia humana es incapaz de relacionarlos. No se debe olvidar, sin embargo, que ni el ateísmo teórico negativo, ni el ateísmo negativo práctico, son, como sistemas, compatibles, en sentido estricto, con la fe en Dios. Se ha creado mucha confusión a causa del uso inapropiado de los términos “creencia”, “conocimiento”, “opinión”, etc.
Por último, hay una tercera clase que, quizás indebidamente, también está incluida en el ateísmo moral. “El ateísmo práctico no es un tipo de pensamiento u opinión, sino un modo de vida” (R. Flint, Antitheistic Theories, Lect. I). Esta clase puede ser más adecuadamente llamada como, según queda descrito, conducta sin dios, que no se fija en ninguna filosofía o ética, o fe religiosa. Se debe hacer notar que, a pesar de que hemos incluido el agnosticismo, el materialismo, y el panteísmo como tipos de ateísmo, en sentido estricto este último no necesariamente incluye alguno de aquellos. Un hombre puede ser sencillamente un agnóstico, o puede ser un agnóstico ateo. Puede no ser más que un científico materialista, o puede combinar el ateísmo con su materialismo. No se sigue de la simple negación de la posibilidad de conocer naturalmente una primera causa personal que lo que se niegue es la existencia de esa causa. Tampoco se sigue, de la afirmación de la autoexplicación de la materia, que se niegue críticamente a Dios. Por otra parte, el panteísmo, que intenta destruir el carácter extramundano de Dios, no necesariamente niega la existencia de una entidad suprema, sino que la afirma como la suma de todas las existencias, y como causa de todos los fenómenos mentales o materiales. Consecuentemente, así como es injusto clasificar a los agnósticos, materialistas o panteístas necesariamente dentro de los ateos, tampoco se puede negar que el ateísmo es perceptible en ciertas fases de todos esos sistemas.
Existen tantos matices y gradaciones de pensamiento por los que una forma de filosofía se funde con otra, tantas opiniones personales que se entretejen con las explicaciones individuales de los sistemas que, para ser imparcialmente justo, cada individuo debe clasificarse a sí mismo como ateo o como teísta. Más que a causa de alguna implicación manifestada en el sistema que se defiende, es por las afirmaciones propias, o por la enseñanza directa, que se logran estas clasificaciones. Y del mismo modo que es correcto considerar al sujeto desde este punto de vista, es asombroso darse cuenta en qué medida disminuye el número de miembros del grupo de los ateos. Junto con Sócrates, casi todos los griegos conocidos como ateos rechazaron fuertemente la acusación de que ellos enseñaran que no existían dioses. Incluso Bion, quien según Diógenes Laercio (Life of Aristippus, XIII, trad. de Bohn) adoptó la escandalosa enseñanza del ateo Teodoro, se volvió hacia los dioses a los que había insultado, y cuando llegó la hora de su muerte, demostró en la práctica lo que había negado en teoría. Como dice Laercio en su “Vida de Bion”, él, que “jamás había dicho ‘He pecado, pero perdóname’...
Fue entonces cuando este ateo se encogió y ofreció su cuello a una anciana para que en él le colgara amuletos; y ató sus brazos con dijes mágicos; cubrió sus puertas y ventanas con ramas de olivo, dispuesto a intentar cualquier cosa antes que morir”.
Epicuro, fundador de la escuela de física que limitaba las causas a las puramente naturales y, consecuentemente, sugería, el ateísmo aunque no lo afirmaba de hecho, es descrito como un hombre cuya “piedad hacia los dioses y cuyo afecto por su patria era inefable” (Ibidem, Life of Epicurus, V). E incluso cuando Lucrecio Caro habla de la caída de la religión popular que él quería llevar a cabo (De rerum natura, I, 79-80), él mismo, en su carta a Heneceo (Laercio, Life of Epicurus, XXVII), declara abiertamente su posición genuinamente teísta: “Los dioses sí existen; aunque nuestro conocimiento de ellos es poco claro. Definitivamente no tienen el carácter que el pueblo en general les atribuye”. Esta cita ilustra perfectamente el significado histórico del término “ateísmo”.
El panteísmo naturalista del italiano Giordano Bruno (1548-1600) se acerca, si no es que constituye una franca confesión de, al ateísmo. Por el contrario, Tomás Campanella (1568-1639), en su filosofía naturalista encuentra en el ateísmo la única cosa imposible de pensar. Spinoza (1632-77), por un lado defiende la existencia de Dios y por otro lo identifica de tal modo con la existencia finita que es difícil entender cómo puede defenderse de las acusaciones de ateísmo, incluso del primer tipo. En el siglo XVII, especialmente en Francia, los enciclopedistas expandieron las doctrinas del materialismo. La Mettrie, Holbach, Fererbach y Fleurens generalmente son considerados los ateos materialistas más representativos de esa época. Voltaire, si bien por un lado ayudó la causa del ateísmo práctico, defendió claramente la teoría contraria. Él, así como Rousseau, fue un deísta. Y hemos de recordar que Comte se negaba a ser llamado ateo. En los siglos recientes, Tomás Huxley, Charles Darwin y Herbert Spencer, con otros representantes de la escuela evolucionista de filosofía, fueron erróneamente descritos como ateístas positivos. Claro que esa descripción no tiene ningún sustento. El “andonismo” de Ernst Hackel avanza bastante en la formación de un sistema ateísta de filosofía, pero incluso éste admite que debe existir Dios, por más que lo conciba en una forma tan limitada y lejana de la deidad de los teístas que su admisión poco puede hacer para quitar su sistema de la primera categoría del ateísmo teórico. .
De vez en cuando se han encontrado ateos dogmáticos del primer tipo entre los poco científicos y filosóficos. Sin embargo, también aquí muchos de los conocidos popularmente como ateos podrían más bien ser descritos como algo distinto. Existe un raro tratado: “El ateísmo refutado en un discurso que prueba la existencia de Dios, por T.P.”, del Catálogo del Museo Británico. “T. P.” es Tom Paine, conocido popularmente en otro tiempo como ateo. Quizás ni los pocos que han mantenido una forma clara de ateísmo positivo teórico han sido tomados lo suficientemente en serio como para ejercer influencia alguna en las tendencias filosóficas y científicas del pensamiento. Por ejemplo, Robert Ingersoll puede ser destacado, pero si bien los oradores y escritores populares de ese tipo pueden causar algún tumulto poco educado, no son tratados con seriedad por las personas con criterio. Y es dudoso que puedan ocupar un lugar en alguna exposición histórica o filosófica del ateísmo.
Fuente: Enciclopedia Católica


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