Ciencia. "ÉTICA DE LA INVESTIGACIÓN"


Ética de la investigación


http://www.estherdiaz.com.ar/textos/pensar_ciencia.htm


- ¿Es un objetivo valioso la extensión de la vida humana siendo su destino ineluctable el geriátrico?
- ¿Es relevante crear bebés de diseño en un mundo en que los niños naturales mueren de inanición?
- ¿Es pertinente fabricar trabajadores robóticos en sociedades con alarmante tasa de desocupación?


La biología neoevulocionista, los estudios sobre las microrrealidades, la informática y la robótica se retroalimentan e intensifican. A partir de los espectaculares desarrollos en estas disciplinas, la ciencia más que nunca parece arañar la inmortalidad de las células y la prolongación indeterminada de la vida humana, la fabricación artificial de hijos, el desarrollo de técnicas agrícolas transgénicas y la construcción de robots multiusos son sólo algunos ejemplos.


En los países centrales existen legislaciones estrictas que controlan la liberación de organismos genéticamente modificados y abundan instituciones no gubernamentales que multiplican sus cuestionamientos a las manipulaciones de la naturaleza. Pero el mercado biotecnológico, que se alimenta de la experimentación sobre formas de vida, encontró la manera de salvar esos escollos. Se comenzaron a realizar investigaciones empíricas en países periféricos que, en general, carecen de aparatos legales efectivos, ignoran el avasallamiento del que están siendo víctimas o se manifiestan impotentes para impedirlo, sean cual fueren los motivos.


Sin embargo, a partir del derrumbe del imperio de los yuppies en las últimas estribaciones del segundo milenio, la ética comenzó a gozar de mejor prensa. No por amor a la ética, sino por los inconvenientes que suelen traer aparejado carecer absolutamente de ella. No obstante el estallido de la burbuja financiera de 2008 representa una prueba evidente de la carencia ética que suele imperar en el mundo del poder. Los abusos detectados en algunos sectores de ese mundo impulsaron la reflexión ético-filosófica. Se comenzó a imponer la noción de “ética aplicada”, que cumple metodológicamente el imperativo de las éticas universalistas, ya que según se entiende comúnmente aplicar supone subsumir una particularidad en un concepto universal previamente determinado.
Ahí lo universal sale indemne de su encuentro con lo particular. Pues no existen términos de coordinación legitimados por prácticas democráticas. Existe sometimiento y dominación entre quienes sufren el poder y quienes lo ejercen. Habría que imaginar una inversión del clásico paradigma de la “aplicación” como orientador de la reflexión-acción, porque la aplicación distorsiona los vínculos al presentarlos como recetas teóricas siempre en dirección descendente:

- de la universalidad de los principios teóricos a la singularidad de los casos concretos,
- de la omnipotencia de quienes ejercen poder a la impotencia de los que carecen de él.


Por el contrario, si se construyeran marcos valorativos
- desde prácticas concretas y deliberativas hacia la búsqueda de consensos, y
- desde las condiciones reales de vida a las finalidades consideradas valiosas,

se lograría, si no justicia en sentido estricto, quizá cooperación e intercambio. Siempre y cuando se logre otra inversión: que la reflexión ética comience antes de iniciarse una investigación y que -en caso de llevarse a cabo- las consideraciones éticas acompañen el proceso investigativo hasta su consumación o suspensión.


Desde hace varias décadas se instrumentan medios para la reflexión ético-tecnológica. Es decir, se producen innovaciones tecnocientíficas y luego -eventualmente- se debate si su utilización tiene o no connotaciones morales. Esa discusión debería darse en el terreno de la investigación básica; es decir, con anterioridad a la consolidación de los proyectos y con participación de representantes de diversos estratos sociales. La aplicación tecnológica es demasiado invasiva como para dejarla solamente en manos de expertos comprometidos con la empresa o con la institución en la que se desempeñan, pues una vez que los productos están al alcance de la industria son irremediablemente fagocitados por el hiperconsumo. Demasiado tarde para lágrimas.


La verdad desnuda es que el conocimiento es un valor de cambio.Además, la ciencia se desarrolla más rápidamente que lo político-social. En definitiva, a pesar de tantos análisis que intentan legitimar el conocimiento científico mediante formalismos metodológicos, las teorías y las innovaciones tecnocientíficas no se imponen por sus métodos ni por el manejo de la lógica, menos aun de la ética, sino que, en gran medida, triunfan y se consolidan a partir de los intereses del mercado. Cabe agregar que de nada valdrían los debates ético-científicos si faltara voluntad política para instrumentar las conclusiones.

Pero no por ello se debe relegar la incitación a la reflexión ética; el ser tiene en ella su morada. La ética existe en el cruce de fuerzas entre la racionalidad y el deseo, y subsiste a pesar de la corrupción, la obsolescencia de los códigos y la ambición desenfrenada.


Ahora bien, si se tienen en cuenta los numerosos análisis que los expertos han realizado sobre la racionalidad científica, ¿no sería pertinente acaso ocuparse también de los avatares del deseo y del poder en relación con esa racionalidad? ¿Por qué el discurso de la filosofía de la ciencia, en general, se hace el distraído y mira para otra parte ante temas como “deseo”, “poder” o “discriminación”?, ¿cómo la intensidad deseante y los dispositivos de poder -sin los cuales nada sería posible- pueden ser elididos de las consideraciones sobre la ciencia? El pensamiento sobre la racionalidad científica no se debería limitar únicamente a formalismos y verificaciones empíricas, sino considerar también la incidencia del deseo, las implicancias éticas y los mecanismos de poder. He aquí un desafío para seguir pensando y resistiendo, como cada día resistía Prometeo que, a pesar del suplicio, no se arrepintió de habernos legado los beneficios y los riesgos del fuego.

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