
Contra el lenguaje basura.
Se sabe que el erotismo sugiere. Que, al sugerir, seduce. Que, al seducir, embriaga, juega con los sentidos por medio de la imaginación. Que nos deja librados a nuestra libertad. Que, en fin, nosotros, desde nuestro deseo, deberemos completar la imagen. La pornografía no sugiere ni seduce ni embriaga. La pornografía es directa, es brutal, abomina de la imaginación porque abomina y desdeña al receptor. No le concede la libertad de la imaginación, el juego de la fantasía. No le concede nada a su propia creatividad. No hay creatividad. Sólo hay explicitez, visibilidad infinita, o sea, obscenidad. Obsceno es lo que exhibe todo.
El erotismo estructura artísticamente al sexo. La pornografía lo exhibe con tosquedad, con un pretendido realismo que sólo es ausencia de estética, negación del goce, reclamo brutal de lo primitivo, de la fiesta áspera y hormonal de lo primario. Lo mismo con el lenguaje. No hay palabras “malas” ni hay palabras “buenas”. Hay palabras. Lo que determina que una palabra sea valiosa o sea una cloaca es la estructuración del lenguaje. Las palabras se “organizan” para transmitir. El comunicólogo transmite. Si está al servicio de una estética porno, primaria, y hasta bestial y agresiva arrojará palabras incluidas en contextos primarios, de un pretendido realismo que sólo es el pretexto de la pornografía del lenguaje. Los medios de comunicación están en manos de cultores de la estética de la basura. Se habla, sin mesura alguna, con orgullo incluso, de la televisión basura.
La televisión basura está hecha por emisores basura para receptores basura, o que muy pronto lo serán. Detrás de una pretendida autenticidad popular se encubre el más tosco de los primitivismos, la falta de elaboración, la frontalidad sin matices, la falta de ingenio. Ninguno de estos comunicadores-basura tiene ingenio, ni talento. Sólo se limitan a reproducir (con un realismo extremo: tal como la pornografía) los aspectos más ásperos, más directos de una cultura que no lo es, de una estética de la no elaboración, de un arte que detesta el arte porque no sabe hacerlo y porque es más fácil copiar la basura, copiar el lumpenaje, la marginalidad extrema que expresarla en un contexto que la respete.
El realismo basura no respeta lo que exhibe. Lo exhibe tal como dice que es. Pero ni siquiera “esa” realidad tiene la impureza, la tosquedad que los medios le otorgan. Porque lo más dañino que hacen los medios es una organización cloacal de la realidad. Los sectores populares no viven puteando y hasta a veces suelen colocar una puteada con una gracia y una justeza a la que ni por asomo llegará el comunicador obsceno, que sólo busca lo directo, lo que golpea, lo que, incluso, asombra. De esta forma, el ciudadano medio que escucha a los comunicólogos cloaca con frecuencia no puede creer lo que escucha. Se ríe de la guasada y, a la vez, se asombra de que se llegue a tales extremos. Bien, la pregunta es: ¿por qué se llega hasta ahí? Porque la basura es fácil y la basura vende. Un negocio en verdad redondo. Así, cada vez el receptor pedirá más basura. Como una comida cuyo condimento se aumenta día a día y llega por fin el instante en que nada alcanza. ¿A dónde piensan llegar los comunicólogos cloaca? Hasta donde sea necesario para seguir sumando rating. Ganando dinero con la basura. Lo grave de la basura es que crea más y más basura. Cada vez los medios serán más cloacales y los receptores, para saciarse, necesitarán más explicitez, más frontalidad, más pornografía, en suma, más mierda.
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